19 marzo, 2014

Creía que era indestructible.

   Creía que era indestructible, hasta que me rompí en mil pedazos. Lo peor es que no me di cuenta, a pesar de estar distribuida por la alfombra, deshecha y sin saber cómo volver a juntar las piezas del puzzle. Tampoco noté la pesada piedra, más fría que el hielo, que se depositaba en mi corazón y como un mazo me aplastaba hasta que mi ser se reducía a nada.

   Y a pesar de ser "nada", "todo" seguía doliendo. Seguía llorando y seguía rompiéndome en más pedazos cada vez que el mazo volvía. Seguía levantándome otra vez y regresando al punto cada vez más y más bajo y más y más profundo, hasta que me di cuenta de que no podría salir de nuevo a la superficie.


   Pero entonces llegaste. Me tendiste la mano, me abrazaste, recogiste todo los pedazos con inmenso cariño y los encajaste poco a poco, pieza por pieza. Volví a ser yo: mis ojos, mi nariz, mi boca, mis manos, mi alma. Mi corazón lleno de cicatrices que ahora me hacen más fuerte, pero aún así, completo otra vez.




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