Ya no sirve solo gritar. Ahora es retuercen, porque tienen algo que decir. Sus manos inexistentes se tocan la cabeza con furia reprimida desde tanto tiempo. Se abrazan unas con otras sin saber qué hacer, primero escondiendo la rabia, luego mostrándola poco a poco. El reconfortable abrazo empieza a ser agobiante, se sienten aplastadas, notan el peso de las otras tanto que ya no se distingue donde empieza una y acaba otra. Se empiezan a ahogar. El color gris es sustituido por otro más oscuro, el negro de la noche y el dolor. Sí, ellas sienten dolor y este sentimiento las está destrozando. Cuando ya no pueden más, cuando sienten la tristeza instalada para siempre en ellas, rompen a llorar.
Empieza a llover. Primero fuerte, como si no fuera a haber un nuevo día. Después, tras horas y horas de lamento, lloran de forma más débil, sin fuerza. Pero esas últimas lágrimas esconden otro sentimiento que ni ellas pensaban que iban a volver a sentir. Pronto dejarán de llorar.
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