28 septiembre, 2013

Que llueva la esperanza

Deja que llueva sobre ti la esperanza. Hoy el cielo está gris y encapotado, ¿lo notas? Las nubes se han quedado ancladas en el cielo, y no corren, y no bailan. Están paradas, pero no silenciosas. Gritan. Gritan sin voz desde el fondo de su vaporosa existencia.

Ya no sirve solo gritar. Ahora es retuercen, porque tienen algo que decir. Sus manos inexistentes se tocan la cabeza con furia reprimida desde tanto tiempo. Se abrazan unas con otras sin saber qué hacer, primero escondiendo la rabia, luego mostrándola poco a poco. El reconfortable abrazo empieza a ser agobiante, se sienten aplastadas, notan el peso de las otras tanto que ya no se distingue donde empieza una y acaba otra. Se empiezan a ahogar. El color gris es sustituido por otro más oscuro, el negro de la noche y el dolor. Sí, ellas sienten dolor y este sentimiento las está destrozando. Cuando ya no pueden más, cuando sienten la tristeza instalada para siempre en ellas, rompen a llorar.

Empieza a llover. Primero fuerte, como si no fuera a haber un nuevo día. Después, tras horas y horas de lamento, lloran de forma más débil, sin fuerza. Pero esas últimas lágrimas esconden otro sentimiento que ni ellas pensaban que iban a volver a sentir. Pronto dejarán de llorar.




Deja que llueva sobre ti la esperanza. Mira al cielo, sal a la calle y no uses paraguas. Si notas que tus manos no son capaces de sostener el agua o que no tienes la boca lo suficiente grande para llenarla con ese sentimiento, lleva cubos y llénalos de la lluvia que está cayendo, pero deja que llueva la esperanza. Y deja que llueva sobre ti.

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